LAS SAGRADAS ESCRITURAS COMO MEDIO DE VIDA ETERNA
Las sagradas escrituras, palabras del Señor Jesucristo arriba citadas, proclaman que las Escrituras sagradas constituyen el medio para alcanzar la vida eterna; y esto no sólo era un parecer del pueblo judío, pues el mismo Maestro en otra ocasión, declaró: "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi Palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida" (San Juan 5:24).
Las Sagradas Escrituras son el único libro en el mundo que revela de una manera categórica, segura y sin lugar a dudas, la existencia de una vida eterna, beatífica y gloriosa en las mansiones del Padre, más allá del cielo azul, más allá de los mundos siderales, donde se encuentra el Rey Jesús, sentado en su trono de gloria a la diestra del Padre.
La diferencia que existe entre la Palabra de Dios y los libros humanos es tan notable como la que existe entre el cielo y la tierra.
Buda, llamado el iluminado, para sus millones de adherentes, no tiene ni un rayo de luz acerca de Dios, ni mucho menos de ultratumba.
Los Vedas están integrados por una serie de fantasías que no son más que sueños quiméricos.
El Corán, libro sagrado de los mahometanos, llega a degradarse hasta el punto de prometer como recompensa del paraíso, amores lascivos y pasiones carnales.
Los filósofos occidentales se abisman en sus infinitas vaguedades dejando con una eterna sed al alma humana. Pero, en las divinas Escrituras es todo lo opuesto: ellas son como una carta náutica que dirige nuestra nave hacia el puerto celestial; son como un verdadero ventanal de cristal a través del cual podemos contemplar la realidad de la vida futura, más allá de la horripilante tumba.
Jesús, nuestro amado y divino Maestro, nos habla de un modo tan familiar acerca del reino del cielo de donde procedía, así como Marco Polo podía hablar de los misterios orientales a su regreso del Imperio Chino.
Por ejemplo, Cristo dijo: "Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre que está en el cielo, A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.
No se turbe vuestro corazón creéis en Dios creed también en mí, en la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros... Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mí Dios y a vuestro Dios... Para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Evangelio según San Juan).
Como el mártir Esteban al morir lapidado por sus adversarios dijo: "He aquí veo los cielos abiertos, y al Hijo de Hombre que está a la diestra de Dios" (Los Hechos 7:56).
Así también una pléyade de cristianos, a través de las palabras de Cristo han podido contemplar de una manera ciertísima las benditas realidades del hogar celestial (Anécdota: Moody, el famoso evangelista norteamericano en sus últimos momentos exclamó: "¡Oh, si esto es morir, qué bello es morir! La tierra retrocede, el cielo se me abre, estoy llegando a las puertas de la Jerusalén celestial, este es el día de mi coronación').
Las Sagradas Escrituras no sólo afirman que existe un reino donde la vida es inmortal, sino que también ellas son la única luz que nos revela la manera de alcanzar esa vida eterna.
La Biblia trae la vida eterna, no en el sentido de que ese libro material contenga virtudes, poderes mágicos o sea una especie de talismán.
No tenemos tal superstición. Nada constituye para nosotros un ídolo, no adoramos el libro; no hacemos como la viejecita que le prendía velas a la Biblia junto con la virgencita del Carmen, ni mucho menos como los paganos de Haití que ponen sobre sus úlceras las páginas que relatan los milagros curativos de Jesús.
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